INDUSTRIA TEXTIL REPUBLICANA

El declive de los obrajes y de la industria textil colonial iniciada a finales del siglo XVIII fue agravado por las guerras de liberación, acciones bélicas en las que asesores de países industrializados como Gran Bretaña y Francia, a manera de apoyar la formación de nuevas y libres repúblicas, fueron desmantelando sus arcaicas industrias con la excusa de que estas además de ser un retraso, contribuían con la causa realista; siendo el principal objetivo de aquellos conseguir nuevos mercados para vender sus manufacturas y comprar materias primas.

Entre los años de 1809 a 1825 el Perú se encontraba en una grave crisis económica debido a las guerras de liberación, tanto dentro como fuera del Perú. Para estas guerras, se utilizaron los recursos humanos y económicos del Virreinato Peruano, para sostener a los ejércitos libertadores y a los realistas. La guerra había traído el colapso de la economía, donde los bienes de producción eran confiscados o destruidos, cayendo en el abandono e inoperancia.

A esto se añade que los políticos de estas décadas no dieron el impulso a la industria manufacturera. En 1821, tras la proclamación de la independencia, para salvar la economía del Perú y para poder hacer frente a los gastos de la guerra, se impuso el libre comercio, abriendo los puertos peruanos a los navíos extranjeros, en especial a los ingleses.

Las grandes cantidades de productos ingleses, sobre todo tejidos, abarrotaron los puertos y los mercados de la República, y por su mejor calidad y precios más bajos, desplazando rápidamente a los tejidos nacionales. Esta decisión produjo efectos desastrosos en la economía del país, la competencia de los tejidos terminó por destruir la antiquísima industria textil peruana, paralizando los obrajes y los chorrillos.

El objetivo de la independencia del Perú, entre otros, fue llegar a una relativa independencia económica y política, sin embargo, la apertura de puertos y el comercio libre no contribuyó a este objetivo, pese a las grandes oportunidades presentadas. Desde que el Perú consiguió su independencia, entró en serios conflictos políticos y económicos, entrando en escena el proteccionismo y el liberalismo; así mismo, fueron importados conceptos como el cooperativismo, socialismo, comunismo, etc.

La apertura de puertos y la destrucción de los centros manufactureros peruanos a raíz de las guerras por la independencia acabó con las riquezas obtenidas del periodo colonial, originando la importación de productos desde los de primera necesidad hasta los suntuosos, y por primera vez el Perú no pudo producir lo que necesitaba consumir. También se presentó la incesante exportación de las materias primas, siendo las más importantes: cañas de azúcar y algodón de la costa y lana de la sierra, recursos que encontraban valor agregado en el exterior. Debido a esto, y a la inexistente promoción de la industria, las materias primas solo obtenían valor en los mercados internacionales, haciéndose susceptibles a la especulación de los países industrializados que procuraban el bienestar de sus países. Por ello, la independencia económica y por ende política del Perú estuvo amenazada.

Propiamente el desarrollo de la industria textil en el periodo republicano creció casi desde cero, y ante adversidades colosales. Muy pocos rudimentarios talleres textiles seguían en funcionamiento. Los que existían solo eran empleados para el autoconsumo de las haciendas, muy pocos obrajes se aventuraban a comercializar sus productos en mercados inundados por mercancías extranjeras; y peor aún, casi ningún obraje sería el cimiento de la industria moderna, solo uno sería capaz de traspasar esta etapa.

 

Obraje de Lucre. Cimientos de la fábrica moderna

Una vez extinta la rebelión de los Angulo, el Obraje de Lucre retornó a manos de los Picoaga, a cuya cabeza apareció la mariscala María Antonia Vda. de Picoaga, a cuyo cargo estuvo el Obraje hasta 1826. En 1815, María emprendió la tarea de reconstrucción del obraje tras la devastación que sufrió ocasionada por la insurrección de los hermanos Angulo. En este periodo, la Mariscala, pidió que se le rebaje el encabezonamiento “a consecuencia de la ruina total, destrozos (…) estado lamentable en que aquellas fincas han quedado”.

Posteriormente, ya en 1824, y con el avance del ejército patriota sobre las montañas serranas, los criollos que habían integrado las filas realistas eran congregados para capitular. Entre aquellos estuvo el coronel Ramón Nadal y Morel, natural de Argentina, quien fuera enviado a Cusco en 1824 por Agustín Gamarra para allanar su ingreso a la ciudad dando la noticia de la victoria del ejército patriota encabezada por Simón Bolívar, momento a partir del cual, el Cusco formaría parte del proyecto de la nueva República.

Ramón Nadal, al llegar a Cusco, terminó por arraigarse a esta, donde contrajo matrimonio con María Mercedes de Picoaga y Suárez, heredera del Obraje-hacienda de Lucre, con quien tuvo tres hijos: Antonia, Julián y Adeodato. A partir de entonces, Nadal tomaría la gestión del Obraje de Lucre, periodo comprendido desde 1826 hasta 1859.

Nadal fue proveedor de tejidos para el Ejército peruano, labor impulsada por los contactos que poseía en él, personaje que visionaba el restablecimiento de la industria textil bajo tecnologías importadas.

En todo el periodo que Nadal gestionó el obraje de Lucre, sus talleres continuaron con la producción, las cuales eran comercializadas en los mercados del Sur andino, sobre todo en aquellos mercados que estaban alejados, o que no eran de interés de los mercaderes que expedían tejidos extranjeros, mercados de los que obtenían las fibras de lana; siendo un porcentaje pequeño el que enviaban a la ciudad del Cusco y otras ciudades menores, pues en aquellas, entraban en dura competencia con los tejidos de algodón extranjeros, en muchos casos de mayor calidad, y de menor precio.

Esta era una situación que calaba muy profundo en la psiquis de los proto industriales textiles de la sierra, quienes veían varios impedimentos hacia la modernización de sus talleres textiles, pues incluso, sus actividades económicas eran detenidas y aplacadas por el libre comercio; libre comercio que, poco a poco fue ingresando a cada valle interandino con el afán de obtener lanas para exportar.

Los temores radicaban en: el débil fomento y protección de los diferentes gobiernos de turno; los elevados costos de las maquinarias textiles a importar y los monopolios en torno a aquellas; la dificultad de transportar maquinaria hasta la sierra sur carente de vías terrestres adecuadas para dicho fin; la economía de escala: ya que de incurrir en grandes costos para instalar una fábrica, al entrar en operación, la competencia extranjera, debido a una mayor economía de escala, podría reducir sus precios de venta sin que eso afectara demasiado sus utilidades, diferencia que al proyectarse en el presupuesto de la fábrica serrana, haría que esta tenga pérdidas en vez de ganancias, lo que implicaba un gran riesgo de inversión; y la especulación sobre los precios de las máquinas e insumos requeridos para la industria moderna. Por todo esto, la rudimentaria industria textil serrana requería del fomento y la protección de la Ley.

Estos acontecimientos condujeron a que los proto industriales de la sierra representados por Nadal alzaran sus voces de protesta, pidiendo normas que restringieran el ingreso de textiles extranjeros y la exportación de lanas, solicitudes exclamadas desde las agrupaciones de comerciantes, de textiles fabriles, y de algunas autoridades del altiplano.

En 1836, Nadal solicitó la reducción del monto de los predios a los que estaba fijado el Obraje de Lucre, debido a que “en el día tiene solamente una tercera parte cuando más del trabajo del que tuvo en aquel tiempo y si conservo aún esta pequeña industria es por no arruinar una cosa tan costosa”; petición a la cual accedieron los peritos.

En 1856 el viajero inglés S.S. Hill al ingresar a los talleres de Lucre manifestó que “parecen estar ocupados principalmente en la fabricación de paños de lana, que se producen en un grado de perfección que es muy notable, considerando la simplicidad de la maquinaria empleada. Incluso las figuras e inscripciones a veces son trabajadas en el paño, de una manera y con una rapidez, que ordena los mayores elogios”; tapices obtenidos con los rústicos telares de bajo lizo.

En 1859, fueron introducidas al Obraje de Lucre telares Jacquard procedentes de Francia, fabricados en madera, productos de la Primera revolución industrial, telares accionados por fuerza humana y sobre los que se realizaron tapices, máquinas denominadas en el lugar como “machu telares”. Este y otros acontecimientos muestran el constante interés de continuar con la fabricación de textiles en Lucre por medio de la modernización. Así mismo, este año Ramón Nadal dejó de gestionar el Obraje de Lucre, periodo en que fue constituida la Sociedad Fabril Nadal Garmendia y Compañía.

El interés productivo de Nadal no se limitó a la fabricación de tejidos. En 1840 fue convocado junto a los Srs. Peña y Garmendia por Francisco Bolognesi para emprender el negocio de la explotación de coca y cascarilla en la región montañosa de Carabaya-Puno.

En 1848, Nadal hiso entrega de sumas de dineros para que se realicen expediciones a las montañas de Marcapata, con el objetivo de extraer cascarilla, la cual posiblemente se exportaría a Francia, donde eran manufacturados tarritos de sulfato de quinina, fármaco empleado para combatir la malaria y los calambres musculares. Para llevar adelante este emprendimiento, además de pagar los gastos de expedición, fue necesario el pago para que barreteros abriesen las trochas, constituyendo caminos, los que luego fueron aprovechados por otras actividades, lo que muestra que este tipo de emprendimientos dejaba obras en beneficio de terceros; emprendimiento realizado en asociación con el Sr. Peña. Posteriormente fue constituida una sociedad integrada por Nadal, Bornás, Garmendia, Garrido, entre otros.

 

Un gobierno liberal y protector

Para desarrollar la industria textil regional era imprescindible contar con un gobierno liberal y protector que supiera promulgar sabias leyes; pues, además de ser necesaria la protección de la industria, era necesario el libre comercio que permitiera la importación de maquinarias e insumos, y la migración de técnicos y especialistas.

Debido a un proceso de anarquía e inestabilidad política presentada en el Perú en la década de 1830, es que en 1836 se divide en dos estados: el Estado Nor-Peruano y el Estado Sud-Peruano, separatismo promovido por el general Santa Cruz presidente de la República de Bolivia, quien visionó la conformación de un solo bloque con la intervención de los tres fragmentos territoriales, proyecto que de haberse llevado a cabo, posiblemente se hubiera convertido en la mayor potencia de Hispanoamérica, posibilidad nada conveniente para países como Chile y Argentina; e incluso para las élites limeñas, ya que el centro del poder hubiera cambiado de ubicación geográfica.

El 22 de diciembre de 1837, la República Sud Peruana, mediante el prefecto Anselmo Centeno, hicieron entrega de una carta a Ramón Nadal mostrando como el Estado veía “con el mayor interés los progresos y adelantamientos de la industria fabril que ha servido en épocas anteriores de principal elemento para formar una riqueza pública y privada” para lo cual y para su restablecimientos se habría de “traer de Europa operarios y máquinas que faciliten el hilado y el tejido de los Paños y Bayetas de Pelon, porque solo así, teniendo como tenemos las materias primas, se podrá fabricar a menos costo que el que actualmente tienen estas producciones, y solo así se dará útil inversión á los preparativos que ofrece el país, por el antiguo establecimiento que en él ha habido de telares y tejidos«, convocando además realizar los estudios pertinentes para el restablecimiento de la industria textil.

Así, desde la Sierra Sur surgieron las voces de clamor para el desarrollo de la industrialización del país, adelantándose al industrialismo convocado por la Capital.

 

Prosperidad falaz. Primeras fábricas modernas de tejidos

Entre 1842 y 1866 se desarrolló la prosperidad falaz, debido a la importancia económica del guano de islas, periodo en que se expandió la exportación de materias primas y la importación de manufacturas, periodo en que el Perú ante el dinero fácil producto del guano, se hiso muy adepto a las importaciones, falsa imagen de estatus económico y que contribuyó al anti industrialismo nacional.

Hacia 1845 en la Capital fue presentado un proyecto de Ley para la promoción de fábricas modernas en Lima, premios para los pioneros fabriles, y privilegios tributarios para técnicos y trabajadores inmigrantes. Todo ello con el objetivo de generar un movimiento empresarial. Un grupo de delegados en el Congreso, enfatizó que el Perú necesitaba el mismo tipo de fábricas modernas como las desarrolladas en Norteamérica e Inglaterra, las que debían ubicarse en corazón consumidor de la costa, marcando un giro hacia la ubicación de estas fábricas.

En este periodo, se presentaron dificultades para la instalación de fábricas modernas, estando entre estas: el lastre de la adopción desmesurada que realizó el Perú hacia el libre comercio, libre comercio de distorsionó la realidad económica del Perú y que obstaculizó el desarrollo de industrias manufactureras. Otra dificultad fue el que las casas comerciales extranjeras aumentaban los precios de algunos productos básicos para estas industrias, con la finalidad de obligar el consumo de sus elaboraciones.

En Lima fueron presentados diversos ensayos para estimular la industria nacional, subrayando la necesidad de organizar el trabajo, fomentar la industria y derivar las ganancias del guano en la industrialización, clamores que fueron escuchados muy someramente.

La Sierra Sur, alejada de los beneficios portuarios, poseía una economía de resistencia, espacio geográfico que producía artículos de pan llevar necesarios para el sostenimiento de la región, estando el trabajo organizado por la vía tradicional, la que habría sufrido algunos cambios a consecuencia del transcurrir del tiempo y de acuerdo a la mentalidad de sus élites; sin embargo, el centralismo mantuvo a la sierra alejada de conformar el esquema económico e industrializador del Perú; es más, el litoral prefería importar alimentos del extranjero y exportar el circulante en vez de adquirirlos de la sierra y fomentar la industria nacional.

En el periodo de la prosperidad falaz, fueron instaladas las primeras fábricas modernas del Perú, producto del esfuerzo de sus industriales y no del periodo de la rentabilidad del guano y sus gobiernos, ya que los efectos de ella en vez de ser un impulsor de la industria fue completamente lo contrario.

Las primeras fábricas textiles instaladas fueron:

La fábrica de hilados y tejidos de algodón “Los Tres Amigos”, fundada en Lima en 1848 por Juan Norberto Casanova, la Viuda de José de Santiago e Hijo, y Carlos de Cacigao, fábrica que contó con maquinaria norteamericana albergada en uno de los edificios más modernos del mundo. Mediante Decreto del 5 de septiembre de 1848, el Estado le concedió un “privilegio exclusivo para la fabricación de tejidos de algodón en toda la República”; además de que “La misma fábrica será exonerada de la contribución de patente…

La fábrica de tejidos de seda de Sarratea y Navarrete, fundada por José Sarratea y José Navarrete, la que empezó a producir tejidos de seda con maquinaria inglesa en 1849 en una hacienda en Lima.

En 1849, fue publicado por Casanova, director de la fábrica de tocuyos de los Tres Amigos, el “Ensayo económico-político sobre el porvenir de la industria algodonera fabril del Perú”, en el que expuso los motivos por los cuales el Perú necesitaba industrializarse y las razones por el cual los gobiernos debían proteger a las industrias nacionales sin perder liberalismo, estimular el espíritu industrial, y derivar las ganancias del guano sobre las industrias mediante primas a la producción. No obstante, el panorama político se mantuvo cambiante, careciendo la industria nacional de políticas serias al respecto.

La fábrica de tocuyos, no pudo hacer frente a los productos importados, cesando operaciones en 1852; y la fábrica de seda no fue más allá de la década de 1860. Ambas sucumbieron ante las políticas cambiantes de los gobiernos y el anti industrialismo surgido por el dinero fácil del guano. Este fue un periodo en que personajes con espíritu industrioso, vieron con desgano el panorama económico del Perú, con gobiernos acostumbrados al dinero fácil que generó el guano y que hiso del Perú muy adepto a las importaciones y exportaciones, al endeudamiento externo e interno, entre otros vicios económicos que se materializaron en la década de 1870 en medio de la quiebra fiscal que alejó a las importaciones, pues el litoral del Perú, eje del centralismo, no tenía con que pagar lo que necesitaba incluso para alimentarse, estando el Perú carente de crédito por las impagas deudas externas, deudas generadas por la facilidad económica que encontraron los gobiernos en la extracción del guano de islas, materia prima agotable e industria extractiva que no trajo tecnología.

La Sierra Sur, parecía ser en este periodo, el lugar menos propicio para la instalación de fábricas modernas, región que se encontraba aislada de los beneficios portuarios, pero que en contrapeso tenía una economía de resistencia, con el trabajo organizado, cuyas haciendas agrícolas y ganaderas mantenían la alimentación de su población. En la sierra, contra todo pronóstico y sorteando obstáculos y paradigmas, en 1861 en Cusco se fundó la fábrica de hilados y tejidos de lana Lucre, y en Ancash, la de Urcón, la última fundada por Jacinto Terry, ambas con maquinaria francesa.

 

Fábrica de hilados y tejidos de lana Lucre

La fábrica de Lucre fue fundada bajo la razón de Sociedad Fabril Nadal Garmendia y Cia. Establecida por Francisco Garmendia casado con Antonia Nadal, Julián Nadal, Adeodato Nadal, todos vecinos del Cusco y Narciso Alayza como socio industrial, la cual se planificó en un área del Obraje-hacienda de Lucre de propiedad de Ramón Nadal.

A mediados de la década de 1850, el matrimonio Garmendia Nadal en su viaje de bodas visitaron las principales ciudades de Europa. Este viaje, no sólo fue de placer; si no que el matrimonio aprovechó en estudiar y observar las nuevas tecnologías que daba el viejo mundo, regresando al Perú con mucho entusiasmo y con el deseo de instalar una fábrica de tejidos de lana impulsada por medios mecánicos y con los implementos más modernos de Europa.

El 26 de setiembre de 1860 se firmó en París ante el vice-cónsul Ventura Marco del Pont los contratos con el aprestador manufacturero de paños Pier Couzinié, y con el mecánico manufacturero Lambert. La maquinaria fue adquirida a la firma Mercier.

La maquinaria y los dos expertos contratados se trasladaron al Perú en un buque de vela, arribando en la caleta de Islay (Matarani) en Arequipa; iniciando en marzo de 1861 el épico traslado de la maquinaria contenida en 800 cajones, con un peso de 250 toneladas, que fueron cargadas a lomo de mula hasta alcanzar Lucre a 800 kilómetros de distancia, llegando las cajas más pesadas en octubre del mismo año; dando inicio la producción de tejidos con tecnología moderna.

La maquinaria llegó desarmada, dando lugar a la transferencia de tecnología, ya que los dos técnicos contratados las armaron e instalaron con ayuda de los operarios del Obraje. La Fábrica de Lucre, a solicitud, brindaba capacitaciones, convirtiendo a la Fábrica en un centro de difusión tecnológica en lo que respecta a la sierra, siendo fuente de inspiración para otros emprendedores modernos.

Así mismo, algunos de los obreros de Lucre migrarían a la Capital para ensanchar las filas obreras de otras fábricas textiles, industrias en las que eran bien recibidos.

El 2 de octubre de 1868 en la Cámara de Diputados fue presentado un proyecto de Ley “Considerando: que las fábricas de tejer paños, implantadas en Quispicanchi y Pallasca, son las primeras y las únicas en el Perú, y que es justo, no sólo favorecer su conservación facilitando el consumo de sus elaboraciones, sino que es conveniente también alentar y estimular el espíritu industrial de sus empresarios.”. En la parte resolutiva de dicho proyecto, fue anotado, en el artículo 5, entregar medalla de oro a los Sres. Francisco Garmendia y Jacinto Terry, con la siguiente redacción: “La Nación premia con esta medalla al peruano industrioso en 1868”; en el reverso estaría grabado el nombre del dueño de la fábrica y el título de “El primer fabricante de paños en el Perú”. En el artículo 11, señaló: “En lo sucesivo el Gobierno contratará de preferencia con las fábricas de país las telas que necesitare para vestir a mil individuos de tropa a precios equitativos”.

En febrero de 1872, Francisco Garmendia viajó a Europa con el objetivo de adquirir maquinarias para ampliar la Fábrica y producir telas casimir, de apreciable demanda en el Cusco, sin embargo, en Piazencia (Italia), la muerte le sorprendió cuando pretendía retornar al Perú. Francisco falleció cuando era segundo vice presidente de la República; además fue alcalde de Cusco.

Tras la desaparición de Francisco Garmendia, Antonia Nadal Vda. de Garmendia fue quien retomó las actividades de la Fábrica, siendo considerado este periodo como la segunda fundación de la fábrica, bajo la razón de Fábrica de Paños y Casimires de Antonia Nadal Vda. De Garmendia e Hijos; incrementando la maquinaria para producir casimires. En este periodo se contrató a los técnicos textiles Valentín Oliart y José Nin ambos de Barcelona-España.

En 1871 inició operaciones la fábrica de hilados y tejidos de algodón de Vitarte, fundada por Carlos López Aldana, quien adquirió la maquinaria de la fábrica de Los Tres Amigos, trasladándolas desde los almacenes del Rímac hasta Vitarte, ampliando la Fábrica con más maquinaria, convirtiéndose esta Fábrica en un ícono de la industria textil capitalina.

 

Conflicto en el Pacífico

En el periodo que aconteció la Guerra del Pacífico, el bloqueo naval hiso posible el incremento de la producción de las fábricas de tejidos nacionales, estando a la vez los efectos dejados por la invasión del ejército chileno.

Leonor Vda. de López, propietaria de la fábrica de Vitarte, previo las pérdidas económicas que traería los desmanes de la guerra del Pacífico y como muestra de generosidad y patriotismo, no dudo un instante en poner al servicio del país, ingentes cantidades de tocuyos y lonetas, que sirvió para uniformar dignamente a las tropas del ejército peruano. Entre 1879 y 1880 vendió al ejército peruano 20,520 varas de loneta.

Antonia Vda. de Garmendia, logró mantener la fábrica de Lucre en funcionamiento; y aportó a la defensa nacional con el vestuario para un batallón que salió de Cusco a defender la frontera Sur del Perú. En 1880 la demanda aumentó y se implantó el trabajo nocturno o de veladas para lo que fue importado docenas de reverberos con fanales. Se contrató grandes cantidades de “pañete gris” para vestir a los “Derrotados de Tacna”, batallón “Libres del Cusco” y batallón “Yupanqui”.

En cuanto a la Fábrica de Urcón, esta fue destruida por las tropas chilenas cuando fueron en búsqueda de Andrés Avelino Cáceres. Estas fábricas en épocas beligerantes como esta, además de aportar productos, se convertían en refugios y centros de operaciones de los caudillos militares, estando expuestas a la destrucción.

 

Auge en la instalación de fábricas textiles

A partir de la década de 1890, como consecuencia del bloqueo naval realizado en la guerra del Pacífico que impidió el ingreso y salida de mercancías; fenómeno al que se añadió la crisis económica que devaluó la moneda y que alejó a las importaciones del litoral, hiso que se generara el panorama adecuado para la fundación de nuevas fábricas textiles, periodo en que la población empezó a apreciar las manufacturas nacionales.

En Lima, se fundó en la década de 1890 la fábrica La Providencia de los esposos Pillati. En 1889 inició el inmigrante italiano Bartolomé Boggio la fábrica Santa Catalina, a la que posteriormente se asoció Mariano Ignacio Prado y Ugarteche. En 1890 o 1891 la fábrica de Vitarte fue adquirida por la empresa británica Peruvian Cotton Manufacturing Company y posteriormente pasó al grupo norteamericano Grace, fábrica conocida como Vitarte Cotton Mill, y su hermana gemela, Inca Cotton Mill, fundada en 1902, adquirida por el grupo Grace. La fábrica San Jacinto fundada en 1896, por los inmigrantes italianos Gio Batta y Giacomo Gerbolini. La Victoria, establecida en 1898 por José Pardo. El Progreso, fundado en 1900 por los inmigrantes alemanes Tomás Schofield y John Bremmer, adquirida posteriormente por la empresa británica Duncan Fox. La Bellota, fundada en 1900, propiedad de Américo Antola. En 1914 se fundó La Unión, propiedad de Duncan Fox. Del Pacífico, fundada en 1915.

En Cusco, en 1899 inició operaciones la fábrica de Maranganí ubicada en Sicuani, fundada por el arequipeño Pablo Policarpo Mejía y el Dr. Antonio Lorena. En 1910 inició operaciones la fábrica de Urcos emplazada en Urpay-Huaro y propiedad de Benjamín de la Torre. En 1915 fue instalada la fábrica Huáscar y en 1928 empezó a trabajar la fábrica La Estrella, ambas fundadas por Abel Montes, Cesar de Luchi Lomellini y Emilio Carenzi, ubicadas en la esquina formada por la Av. La Cultura y Huáscar, por entonces, zona urbana; mientras que las anteriores estuvieron ubicadas en zonas rurales, factor singular, ya que en Cusco la industrialización empezó en el contexto rural.

En Arequipa fue fundada la fábrica El Huayco, que se integró a la fábrica Industrial fundada en 1897, propiedad del inmigrante catalán Miguel Forga. En Ica a inicios del siglo XX, fue fundada la fábrica Malatesta, por Andrés Malatesta.

 

Colapso de la industria textil

En las décadas de 1950 y 1960 se presentaron grandes dificultades en la industria textil. En 1956 se realizaron incrementos desproporcionados en los salarios, sobrecostos súbitos que no podían ser trasladados automáticamente a los precios de venta; y de hacerlo, dejaban de ser competitivos con los productos importados.

Para esta década, el rayón sustituía a las lanas, lo que disminuía la demanda de tejidos de lana; además, las lanas tenían un alto costo en el mercado, lo que elevaba el costo de producción.

Las infraestructuras y maquinarias de las fábricas eran demasiado anticuadas, las que requerían inversiones millonarias para modernizarlas; sin embargo, estas inversiones no eran deseables dado los riegos presentados.

En este contexto, en 1956, mediante la Ley 12663, fue creada una Comisión Especial, conformada incluso por representantes de organismos técnicos internacionales, con el fin de estudiar en forma integral los problemas enfrentados por la industria textil; Comisión que en 1957 subrayaba la necesidad de modernizar la industria mediante la automatización; innovación tecnológica que, además de necesitar fuertes desembolsos, significaría la reducción de personal en aquellas anticuadas fábricas con enorme carga laboral, lo que agravaría los conflictos sociales existentes.

A partir de 1968 se desarrollaron reformas compulsivas por el Gobierno revolucionario, periodo de modernización social donde se crearon las comunidades campesinas y las comunidades industriales, conformadas la primera por los obreros de haciendas y la segunda por los sindicalistas y obreros de las fábricas, los que tuvieron que formar obligatoriamente empresas por medio del cooperativismo, desvirtuando los principios del cooperativismo; periodo en que las masas obreras conformarían la masa de propietarios-accionistas y a la vez obreros de estas fábricas, peso que terminó por quebrar la ya agrietada industria textil.

Otros pesos que se añadieron, que no solo quebraron a estas fábricas, sino que en muchas regiones sepultaron la industria fueron: la ideología comunista que percibió como nada favorable el hecho de que los antiguos obreros que conformarían la masa comunista, ganaban propiedades lo que les conduciría tarde o temprano al pensamiento capitalista. Por ello, presurosos se presentaron a estas fábricas y otras instalaciones para instalar ideas anti capitalistas, anti industrialistas y anti modernistas, gestando los lastres psicológicos que impiden la industrialización del país.

Grupos terroristas de esta ideología destruyeron instalaciones fabriles y complejos agroindustriales propiedad de las nuevas cooperativas, sobre todo en la sierra central, estando entre sus objetivos: primero.- paralizar la producción nacional y llamar, por medio del hambre y el miedo, a la insatisfacción popular para derrocar al régimen; segundo.- que todos los bienes de producción pasaran a propiedad del Estado, y no a manos de grupos de campesinos y sindicalistas, quienes al transcurrir del tiempo adquirirían conciencia en la pertenencia y propiedad privada, y que, más temprano que tarde optarían por el capitalismo.

En este contexto, sobre la Fábrica de Lucre fue constituida la Cooperativa de Producción y Trabajo Textil Lucre.

 

Fábrica de Lucre: Patrimonio Industrial

En 1985 el matrimonio constituido por Miguel Ángel Velarde Álvarez y Gloria Oliart Jara, adquirieron de la Cooperativa la Fábrica Textil de Lucre; periodo en que se hiso los esfuerzos económicos para reflotar la Fábrica, teniéndose proyectada la modernización de la maquinaria; empero, los lastres anti industriales impidieron este proyecto.

No obstante, 1992, Miguel Á. Velarde visionó en dar otra funcionabilidad a la Fábrica, mediante la adecuación e implementación de un proyecto hotelero y turístico, estando entre uno de sus objetivos la puesta en valor de la Fábrica como Patrimonio Industrial.

Ahora, Kantisqa: Museo de la Industria textil, abre las puertas de la Fábrica de Lucre a los interesados en conocer la fascinante historia que condujo a la instalación de esta singular Fábrica; anímese a recorrer el Museo de Sitio para apreciar las más de 50 máquinas textiles involucradas en diferentes procesos productivos como: preparado de la fibra, hilado, tejido y acabado de las telas.